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Deuda pública y déficit público: ¿qué nos espera?

La deuda pública ha sido durante toda la historia de las civilizaciones un tema capital, y lo sigue siendo. El mundo tal cual hoy lo conocemos depende, en gran medida, de que EE.UU evite el déficit público, lo cual no está tan claro que vaya a suceder.

Pero la realidad es que EE.UU no es un caso aislado. En el mundo moderno parece existir una tendencia al endeudamiento de los estados como consecuencia del intento de modular los ciclos.

En este post intentaré explicar estos temas tan importantes con la ayuda de un extracto de

mi libro de macroeconomía: Con un pan debajo del brazo – Macroeconomía novelada (A la venta en este blog)

—He visto un programa en la tele que decía que Estados Unidos tiene más deuda pública que España, pero que ha conseguido reducir mucho su déficit público, aunque no entiendo qué relación tienen ambas cosas.

—Cuando los gastos del Estado son superiores a los impuestos y demás ingresos de este, se dice que se ha producido existe déficit público. Para cubrirlo el Estado acude al público pidiendo dinero prestado y por tanto generándose la deuda. Si por el contrario los ingresos fueran superiores a los gastos existiría un superávit presupuestario que se emplearía en devolver deuda prestada. El déficit o superávit marcan el destino de la deuda del Estado.

La importancia de la deuda pública y del déficit público.

—¿Y realmente esto es relevante? —preguntó Teresa.

—El déficit público y la deuda pública han sido dos puntos fundamentales en la historia de la humanidad. Entre las causas de la caída del Imperio romano se encuentra la incapacidad de Roma de recaudar impuestos suficientes para sufragar sus gastos, fundamentalmente militares. La dinastía Abasí, una vez derrocado el califato Omeya en el 750 d. C, realizó grandes obras de canalización en favor de la fertilización de tierras. La actividad económica aumentó y también la recaudación de impuestos. Pero crecieron todavía más los gastos militares para mantener el orden de los territorios y defenderlos. Esto fue el inicio de su declive.

—Pero en la historia de España también tenemos muchos casos. En el esplendor del Imperio español los casos de bancarrota se sucedieron unos a otros —añadió Teresa, que parecía verdaderamente interesada por el tema.

—Sí. Las cuentas públicas siempre han sido importantes, y no solo con Felipe II. Una de las claves para la reconquista árabe recayó fundamentalmente en el alto coste de los ejércitos de los califatos que estaban formado por esclavos de precio muy alto. Los impuestos sobre la tierra aumentaron, pero no tanto como para atender los gastos militares (déficit público). Pronto también se incrementó la carga impositiva sobre la industria y el comercio, deprimiendo a la economía y facilitando su fracaso. Por el contrario, el ejército cristiano no era permanente, sino reclutado para cada campaña. Además, no recibían sueldos del Tesoro, porque el reclutamiento era una obligación marcada por el vasallaje.

—Actualmente parece que el tema preocupa incluso en Estados Unidos —comentó José, que volvía de la cocina con un vaso de agua para su mujer.

—La capacidad de Estados Unidos de mantener estables sus cuentas públicas y al mismo tiempo soportar unos gastos de defensa que lo mantengan como poder hegemónico en el mundo es un tema fundamental para el futuro de la humanidad tal cual hoy la entendemos.

La evolución de la deuda pública ligada a las medidas anticrisis.

—En el documental decían que desde comienzos de los setenta el peso del Estado en los países desarrollados ha ido creciendo sin descanso —comentó Teresa.

—En el mundo actual, la política presupuestaria ha servido como solución para modular las crisis económicas. Las medidas fiscales han sido cada vez más fuertes en las últimas tres recesiones, de manera que la deuda ha pasado de suponer un 19 % del PIB en 1970 a un 43 % en 2007. De 2008 a 2013 aumentó otro 24 %. En definitiva, en seis años la deuda aumentó más que casi en los últimos cuarenta.

—¿Pero este problema viene desde hace unas cuantas décadas o de más atrás? —preguntó José mientras se cambiaba de asiento para poder mirar a los dos a la cara.

—Las crisis de deuda pública se han repetido numerosas veces en el último siglo, y a menudo han estado relacionadas con problemas en el sistema financiero. En estas situaciones la deuda púbica se multiplica por dos o por tres en tres años debido a las nacionalizaciones de los bancos con problemas, subvenciones para que bancos sanos absorban entidades con problemas, y a las inyecciones de liquidez para salvar a bancos y comprar sus activos depreciados.

—¿Entonces toda la culpa la tienen los bancos?– quiso aclarar Teresa.

—El efecto fiscal a menudo fue mayor que el propio aumento de la deuda para salvar el sistema financiero. La razón se encuentra en la extensión de la crisis al resto de la economía, que provoca una disminución de los ingresos fiscales por la propia caída de la actividad y un aumento de los gastos por subsidios.

—La crisis de 2008 supongo que será un ejemplo de lo anterior. Desde luego el crecimiento del déficit y de la deuda en los países desarrollados fue enorme —comentó José incorporándose y apoyando las manos sobre la mesa del salón.

—La crisis de 2008 fue un caso de crecimiento en la deuda pública que comenzó por un problema en el sistema financiero, pero se agrandó por el efecto fiscal. Se desencadenaron un gran número de estímulos automáticos. Además, también se produjeron grandes medidas discrecionales, por un valor de un 4 % del PIB entre 2008 y 2010. Todo esto hizo que el déficit fiscal en los países desarrollados, en media, pasara del 2 % al 8 % entre 2007 y 2010. En algunos países como Irlanda y España el incremento fue superior al 12 %. Lo que llama la atención de esta situación es que la evolución fue generalizada; países como Estados Unidos y el Reino Unido tuvieron un deterioro de su déficit superior al  7%. La consecuencia fue que la deuda pública de estos países de forma agregada pasase de suponer un 43% del PIB a un 62 % en ese mismo periodo.

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